4 may 2008

Todo lo que esconde un velo






Hoy, 4 de mayo, El País publica este artículo sobre el velo islámico. Las personas que hemos participado en los encuentros presenciales de la Red Vasca de Periodistas con Visión de Género hablamos de la posibilidad de posicionarnos ante aspectos que afecten a cuestiones de género y comunicación, e incluso hacerlo ante cuestiones sólo de género, como el velo. Todavía quedan por perfilar muchos asuntos más acuciantes sobre la propia Red así que decidimos posponer este tema para cuando se plantee en nuestro entorno más inmediato. De todas formas, me ha parecido muy interesante en cuanto a que invita a la reflexión e incita al debate que iniciamos, y es por eso que quiero recogerlo aquí.




Todo lo que esconde un velo

Mariam y Aya son musulmanas y universitarias, pero sus vidas son muy diferentes. Una se cubre la cabeza y la otra no

ANTONIO JIMÉNEZ BARCA 04/05/2008

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Mariam Hamade entró hace unos meses en una óptica de Leganés (Madrid) con el currículo bajo el brazo y el pañuelo envolviéndole la cabeza. Preguntó a una empleada dónde le iban a hacer la entrevista de trabajo que había concertado por teléfono y le señalaron la puerta del despacho del jefe. Cuando éste la vio, le soltó:

Mariam: "Nadie me obliga a colocarme el pañuelo. Ni mis padres, ni el Corán"

"En un mundo en el que se premia la desnudez, que me vean por lo que soy"

-Pero bueno, no pretenderás despachar con la capucha puesta, ¿no?

El dueño del establecimiento miraba alternativamente la cara de Mariam y el currículo intachable y adecuado (pero sin foto) que la aspirante le había enviado días antes.

-Pues sí. Quiero trabajar con el pañuelo.

El dueño de la óptica:

-Yo viví en Marruecos durante varios años. Y tuve que adaptarme a sus costumbres. Por eso no me parece mucho pedir que ahora que estoy aquí, pues vosotros os adaptéis a las de los españoles.

-Ya. Me parece muy bien. Pero es que yo soy española. Musulmana, pero española. Nací en Alcorcón

[ciudad de la periferia de Madrid]. Y ahí vivo.

La respuesta descolocó durante medio minuto al hombre, que luego se apresuró a informar a la aspirante de que el puesto ofrecido ya se encontraba cubierto. Era mentira. Los dos lo sabían. La chica dio media vuelta y se marchó con la resignación que da la práctica.

El padre de Mariam es sirio. Su madre, española. Ella es delgada, guapa, se da cierto aire a la actriz Paz Vega. Tiene 23 años. Se ríe con frecuencia y discute de lo que sea. Viste con ropas amplias. En el metro lee libros como Jesús en el islam. Y hace piruetas con la cara para evitar que los hombres la besen en la mejilla al saludarla: no le gusta. Prefiere que le den la mano e intenta que eso no le convierta en una marciana a los ojos de los demás. Siempre ha sido musulmana. Pero siempre se ha sentido tan española como el tipo que la insultó al verla entrar en su despacho. Mariam es diplomada en óptica y, a pesar de la demanda de estos profesionales en el sector, nunca imaginó que tardaría tanto en encontrar trabajo; en que tendría que soportar tantas humillaciones debido al pañuelo. Tampoco pensó en quitárselo para que todo fuera más fácil.

Se lo puso por primera vez, fuera de la mezquita, hace dos años. En verano, antes de irse de viaje a Austria. Se levantó en su casa, preparó la maleta y repasó los billetes. Se miró al espejo y se colocó el hiyab antes de salir hacia el aeropuerto de Barajas: fue un gesto simple, personal y privado. Casi íntimo; a la vez, un paso definitivo, meditado e irrevocable. Con el pañuelo salió de casa. Con él regresó un mes después. Ya nunca se lo ha quitado en presencia de hombres que no son de su familia. Jamás ha pisado la calle con el pelo al aire. Nadie se lo impuso, ni siquiera el Corán, según explica. Sólo escuchó una voz -la suya propia, insiste-, la que le indicó que esa mañana de verano había llegado el momento de cambiar de aspecto y acercarse a la imagen que más deseaba de sí misma.

"El pañuelo es una manera de elegir la belleza interior. En un mundo en el que se recompensa sobre todo la imagen exterior, la desnudez, yo quiero que se me vea por lo que soy por dentro. El islam pide que a la mujer no se la valore por sus rasgos físicos y eso es lo que yo practico", sostiene, mientras frunce la cara en un gesto de desagrado por no haberse explicado bien, y añade: "Pero no es eso sólo, no es sólo eso. Con el pañuelo me siento más libre. Es una manera de exteriorizar mis creencias morales, mi sistema moral interior, de hacer ver quién soy de verdad. Evidentemente, nadie me obliga. Ni mis padres, por supuesto, ni el Corán, que en ninguna parte dice que haya que martirizarse y ponérselo si no estás de acuerdo. Lo llevo porque quiero, como esa chica que decide plantarse un piercing o esa otra que se pone una minifalda. En mi caso, el contexto es religioso, pero pido que se respete lo mismo que se respeta el de ellas".

En España hay cerca de medio millón de mujeres musulmanas. Algunas llevan el pañuelo. Otras no. A algunas les obligan sus maridos o sus padres y jamás se han planteado el hecho de que es posible negarse a ponérselo. Otras, como Mariam, no. Un sector progresista y avanzado de la sociedad ve el pañuelo como un signo claro de sumisión de la mujer al hombre. Este mismo sector considera que, independientemente de que la mujer quiera o no llevarlo, el pañuelo arrastra una evidente simbología oscura que choca contra la libertad femenina o contra la libertad sin más. De ahí que en muchos colegios o institutos, a instancias del director del centro escolar en cuestión, se prohíba llevarlo.

Mariam es consciente de eso. Lo comprende. Pero no está de acuerdo. Para ella el pañuelo simboliza, precisamente, lo contrario: "La libertad de elegir". Y el rechazo que experimenta en la calle le parece un síntoma de que algo no funciona en la sociedad: "No está preparada aún para admitir a los que no son como ellos". A veces, esta joven nacida en Alcorcón, con una buena parte de las mismas referencias culturales, televisivas y vitales que las demás chicas de su generación, que conserva sus amigos del instituto y de la universidad, habla de sí misma como si fuera una inmigrante que acaba de llegar a un país extranjero. Como de una chica que necesitara integrarse en el propio barrio en el que ha nacido.

Y lo ejemplifica:

"Un día, hace un año y medio, fui a Urgencias de un hospital. Me encontraba mal. Muy débil. Al explicar los síntomas, el médico que me atendió me preguntó con el típico retintín: '¿No será que tienes demasiado calor con eso en la cabeza?'. Y me dijo que no me pasaba nada, que era todo cuento mío, que me fuera a casa. Me fui. Al día siguiente fui a otro hospital. Me hicieron pruebas. Me descubrieron un principio de anemia y un problema en el corazón".

"Otra vez, en el metro, la taquillera insistió en que mi cuñada, que también llevaba pañuelo, y yo, nos habíamos colado, cuando no era cierto. Insistí tanto, que al final vino el guardia de seguridad para poner orden...". Otra mañana, en el autobús: "Una señora que iba sentada a mi lado se cambió de asiento al sentarme yo...".

Mariam añade que estos casos se acrecientan cuando aparecen noticias de detenciones de terroristas musulmanes. La joven ya ha aprendido que hay determinados días en los que conviene andarse con cuidado. También, que cada etapa que vaya cumpliendo en la vida, como la de encontrar trabajo, le costará probablemente más que a otra joven de su edad, musulmana o no, que no lleve el pañuelo.

Además de la de Leganés, Mariam visitó más de 30 ópticas. En todas le dijeron lo mismo, de una manera o de otra, con palabras más amables o menos, con excusas más o menos disfrazadas: los clientes iban a sentirse extraños delante de una chica con pañuelo, la venta se iba a resentir...

Los primeros meses, Mariam acudió a todas las ofertas que encontraba. Después comenzó a seleccionar. Sólo se presentaba a entrevistas de establecimientos situados en barrios obreros, donde hubiera inmigrantes, jamás en zonas ricas o acomodadas. Y ni siquiera así la escogieron. Llegó a pensar que nunca encontraría un trabajo acorde con su preparación.

Una vez, en un restaurante, algo desesperada y confusa tras ser rechazada en otra óptica, le preguntó a un conocido suyo, mientras pedían el menú:

-Si tú fueras a medirte la vista, ¿te dejarías atender por una chica con pañuelo musulmán?

El camarero que les atendía le advirtió, con amabilidad e ironía, señalando al pañuelo que llevaba en la cabeza:

-El consomé lleva hueso de cerdo; lo digo por la cofia.

Ni siquiera entonces a Mariam le importó el comentario. Asegura que está acostumbrada a ese tipo de cosas y sabe reconocer cuándo la frase o el gesto es respetuoso y cuándo no.

Otra tarde, en una cafetería, Mariam conoció a Aya Alwalid, una chica de 28 años, nacida en El Cairo, licenciada en filología hispánica, que llegó a España en 2002 para redactar una tesis doctoral de literatura comparada. Aya es musulmana, pero no se pone el pañuelo. Y su vida, aun siendo extranjera, es mucho más fácil que la de Mariam por el simple hecho de pasar más inadvertida.

Aya lleva el pelo suelto no por rebeldía. Ni por rechazo. Ni siquiera por sentirse más libre. Tampoco para ahorrarse los problemas y dificultades que acosan a Mariam. Asegura que la decisión de llevar pañuelo o no es un asunto privado que se juega a tres bandas entre ella, su aspecto y su religión; y que nadie más interviene, ni intervendrá.

"Ahora no me siento preparada. Tal vez algún día me lo ponga. Tal vez me lo ponga la semana que viene o tal vez no me lo ponga nunca. Lo principal es que no sea algo impuesto. Sé que hay mujeres a las que les obligan, mujeres que están muy sometidas, pero no es mi caso. Yo vivo sola en España. Hago lo que quiero. Yo decido. El pañuelo equivale a renunciar a la vanidad del aspecto físico. No es sólo el pañuelo en la cabeza. A partir de entonces una mujer no puede ponerse ropa ajustada, ni camisetas sin mangas, ni ir a la playa si hay hombres, por ejemplo. Sé que esto suena mal. Suena a discriminación. Pero yo no lo veo exactamente así. Si una mujer es libre para mostrar su cuerpo, y a mí me parece bien que lo haga, ¿por qué no es también libre de ocultarlo? Lo principal, repito, es que sea una decisión libre", explica. "Y que a nadie se le aparte o se le discrimine por llevarlo".

Unos meses después de la entrevista de Leganés, Mariam, la chica que lleva el pañuelo, acudió a otra óptica en Madrid, en un barrio acomodado, en la que necesitaban urgentemente a un operario. La joven fue como siempre, sin muchas esperanzas, casi resignada, pero sin ninguna intención de quitarse el pañuelo. La entrevistó la jefa, Pilar Bonilla: "Al principio, cuando entró, y la vi con el velo y una gabardina marrón, pensé que no. Pero luego, cuando le oí, cuando vi el currículo, me di cuenta de que la chica valía, de que a mí me hacía falta urgentemente alguien para el turno de tarde y de que por qué no. Ha habido clientes que se han quejado, cuatro o cinco, que me dijeron que si ahora la óptica era multirracial y que habían decidido venir sólo por la mañana (cuando Mariam no está). Pero las ventas han subido en el turno de tarde y todos estamos encantados...".

A veces hay clientes, sobre todo señoras mayores, que al ser atendidas por la chica de la bata blanca y el pañuelo blanco en la cabeza no pueden resistir la curiosidad y le preguntan:

-¿Y tú, hija, cómo es que hablas español tan bien?

La joven les responde siempre: "Yo se lo explico. Les digo que soy de Alcorcón y todo lo demás. Con el tiempo he aprendido si el comentario o la pregunta está hecha con respeto".

2 comentarios:

momodice dijo...

Muy interesante la información, pero no creo que la actitud de Mariam con respecto del velo sea muy representativa. La mayor parte de las mujeres que lo usan no tienen oportunidad de preguntarse a sí mismas si son libres de usarlo. Y ese es un problema importante.

June Fernández dijo...

Yo creo que el velo es sólo un síntoma del verdadero problema, que es el sistema de dominación patriarcal. Preocuparse tanto por los síntomas puede despistarnos a la hora de combatir la enfermedad. Nadie es quién para juzgar a una mujer que toma esa decisión, porque puede esconder realidades realmente dramáticas en las que llevar un pañuelo en la cabeza es lo de menos.